Alguna vez, en cualquier parte, alguien dijo que nuestra opresibilidad no conoce límites.
Somos criaturas de habituación y después de algún estado breve de conmoción, podemos ser capaces de adaptarnos a cualquier condición, por humillante y opresiva que sea. Una población en estado permanente de emergencia que prohíbe toda la vida social y después se asienta la normalidad. La ficción y el miedo que generan los medios de comunicación y su cinismo, son parte de las técnicas del modo de gobierno; porque una persona que no solo tiene miedo, es decir, que está tensa ante una situación de peligro concreta y busca una línea de fuga en lugares o momentos no-existentes tendrá menos confianza en sí misma, se aislará más, se hará tributaria y dependiente de los demás, temerá por lo desconocido y estamos muy familiarizados con este escenario, donde si no cae en las manos del mesianismo político cederá al dicho de mejor lo viejo conocido que lo nuevo por conocer, aportando no más que a la impotencia y el hundimiento constante en el letargo.
Mientras nos aislamos cada vez más unos de otros en el actual estado de alarma, excepción y sitio, mientras nos pudrimos solos frente a las pantallas, temiendo por nuestro futuro, ocultando cada impulso y emoción de la deseable destrucción generalizada. Las leyes y regulaciones están cambiando tan rápido que al final hay que esperar cualquier cosa, finalmente tolerar todo y acostumbrarse a la arbitrariedad del poder. Tanto si la guardia o los pescas sin uniforme ahuyenten a los transeúntes como si no, hay seguridad, honor y servicio por todas partes, ya sea en las rotondas, los parques, las plazas o la frontera… no solo se acostumbra a su presencia, sino también a que en un momento le dan un levantón al subalterno, al de a pie, y en el siguiente solo honran a quienes se aventuran afuera con miradas amables y atentas. Al disgregarnos y someternos al monitoreo y la pasividad forzada, el Estado aumenta formaliza su control y poder social. Independientemente de cómo se desarrollen los próximos meses, este estado de sitio incrementará, a su vez se metodizará y será otro eslabón en nuestra rutina.
Antes y después de la crisis
Estaba claro que en algún momento habría una crisis generalizada, crisis que se vuelven un detonante, el propio sistema económico tiene la culpa. Aquellos que se encontrarán en la pauperización en el presente y futuro serán los responsables de las “dificultades sistémicas” a como hemos escuchado en cada comunicado oficialista desde los primeros días de la revuelta y que incluso daban a entender desde antes, con las expresiones de descontento pasivo de los grupos de jubilados y ecologistas. Les culparán, nos culparán, mientras utiliza la crisis e interrupciones no solo para clasificar su viabilidad y reorganizarse, sino también para desarrollarse significativamente y dar una nueva dirección a su próxima fase. Ya sus consignas no dan para más, sus reformas tampoco, tanta cantaleta y reivindicación al proletariado y su miseria que los mantendrán siempre en su propia condición: ¡Arriba los trabajadores formales e informales! ¡El pueblo presidente! ¡Con todos y por el bien de todos! Pura mierda mezquina que no se encarga más que de exterminar cualquier fuga o cultura disidente y hacernos ver como un ser sin sentido y sin necesidades. Los temas que se vislumbran en el horizonte de la crisis nos acompañarán por mucho tiempo: partimos con el triunfo del panóptico mediante los Consejos de poder ciudadano, quienes han internalizado la subjetividad policial a un nivel de deseo siguiéndole la militarización de la vida social y las retóricas bélicas. La revuelta le propiciará un escenario ideal para presentar esta metodización como una necesidad por el bien del pueblo y la revolución. Hasta no hace mucho, el GRUN fue cuidadoso con los estados de vigilancia y sitio, para no traer de vuelta remembranzas de su viejo modelo pero que trata de ofuscar con un discurso, según ellos, no- orwelliano pero lleno de propaganda, desinformación y control draconiano. Resumiendo su espectáculo a sus consignas de paz en las radios, la televisión y todo lo massmediatico, mientras la pesca entra a los barrios periféricos de Managua, a las universidades o a los pueblos de las afueras de la metrópolis a intentar arrasar con las disidencias pero siendo expulsados de las calles con destellos de morteros estallando a sus espaldas y los gritos de repudio resonante de que aquella frase de aquel muchacho, el que vendía tortillas: ¡Que se rinda tu madre! anticipando su contrariedad a esta mísera normalidad venidera y las buenas razones para rebelarse. Donde aun con todas estas condiciones anti-sociales, los mensajes discursivos se vuelven cada vez más recalcitrante como el “todo lo demás puede y debe esperar” que nos dicen aquellos cuyas ideas de la vida siempre se ha parecido a un campo de trabajo donde pueden expropiar lo que les venga en gana; el gobierno y la oposición institucionalizada nos preguntan por nuestras “buenas razones” si es que preguntan algo, por eso en este punto, no debemos volver a pretender creer en la democracia y los “derechos civiles”, no importa del lado que venga porque ¿qué podría ser más obvio que dejar escapar nuestra ira por estas condiciones de mierda normativa?