Uno de los aspectos más sugestivos de las revueltas dentro de nuestro Estado-nación, es que, posteriormente a cada período bélico surge, uno tras otro, agrupaciones de jóvenes descontentos. Un fenómeno claramente no aislado; se generan por dondequiera que existan sociedades mercantiles altamente burocratizadas; ya sean movimientos contraculturales definidos y conscientes u otros más proto-insurgentes , o sea, en su fase incipiente teniendo, no necesariamente, una relación inmediata salvo por su rechazo implícito a los puestos o situaciones a las que son asignados. Los instrumentos del Poder, al percibir esto, se muestran más conscientes, que la mayoría de revolucionarios, refiriendo no a un asunto de clase, sino de destrucción total y frustración de nuestros sueños. Se puede vislumbrar tanto con el aumento de un estado policial hasta en las palabras de periodistas, no importa de qué lado de la dicotomía ideológica se encuentre, izquierda o derecha, no importará ya que confiamos en que estos atacarán o deformaran todos los aspectos de la rebelión y, una mayoría de los participantes de esta, no verán más que un símbolo, o quizás un síntoma de la degeneración sistémica, que se repite cada tanto, probablemente la dirigirán en base a sus antiguas devociones, apreciable desde la más reciente revuelta, hasta los precursores de la etapa insurreccional. Las reacciones del nido de partidos sobre la participación en las rebeliones son instructivas e hilarantes; yendo desde jóvenes de gran espíritu, siendo el caso de aquellos que necesitan una escalerilla al poder político; jóvenes decadentes con mentalidad burguesa-reaccionaria, sostenido por aquel partido de vanguardia, para referirse a quienes atentan con su monopolización del poder mediante su propia estructura; y la que comparten todos, terroristas. Hasta este punto podemos concluir de forma austera y para nada novedosa que como corresponde a los “reformadores sociales”, contentos de condenar sin comprender, y que en relación hacia donde esté inclinada la situación, extenderán sus tentáculos sobres este sector con menor capacidad recursiva o, en otras palabras, de quienes tienen limitantes para las construcciones a partir de sí.
A estas alturas, debería de ser obvio, incluso para los tradicionalistas de la revolución y otros defensores de la ignorancia instintiva, que los grupos subversivos no son simplemente los símbolos cuidadosamente etiquetados de la alienación de sectores enteros de la sociedad en general, sino, en sus formas extremas, entre los pocos grupos que han presentado y continuarán haciéndolo, una amenaza social instintiva, sostenida y potencialmente devastadora para su estabilidad y la falsable normalidad. La revuelta no es necesariamente una panacea así como tampoco puede ser, necesariamente, percusor de una revolución, al menos en las últimas dos décadas hemos estado más expuestos a este tipo de premisas. Más bien era una reacción malhumorada a la frustración implícita de sus formas de vida; véase las protestas estudiantiles por el 6% en las universidades, buscando únicamente una estabilidad económica; también la movilización en 2013 que se dio con OCUPAINSS por la restitución de los derechos del adulto mayor; o los 90 días de revuelta en 2018, ante los reformismos legales y la violencia sistematizada del Estado. Y aunque tuvieran distintas formas de devenir, tampoco miraban un horizonte de destruir-construir o eran parte de algún movimiento cohesivo, pero fueron expresiones de rabia ante atropellos y es una de las pocas cosas que merecen una seria defensa y apoyo, esto porque deseamos explosiones infinitamente más descabelladas que en sus sueños más salvajes y socialmente profanos. Algunos de estos grupos representaban una amenaza violenta para el buen orden, algunos un desafío ideológico, otros simplemente una molestia eufórica, pero concordamos en que clasificar a algo tan heterogéneo es aventurado, que ha sido el error de los medios y academicistas en nuestro país. Todos estos movimientos pueden verse como el andar a tientas de los jóvenes hacia una autoexpresión explosiva y muestran que los jóvenes no se contentan simplemente con convertirse en la arena del pozo en las articulaciones de una sociedad adulta-delincuente que es opresiva y se desmorona. Manifiestan tanto a la sociedad enloquecida por las particularidades de la mercancía, como la rebelión contra las costumbres corruptas; un símbolo visible y audible de una sociedad cuyas efusiones, instituciones y actitudes están desesperadamente desorientadas y ya no son completamente inteligibles o lógicas, ni para sus apologistas y menos para quienes las establecieron, continuando únicamente por ciertos mecanismos de fuga y de forma limitada, puesto que al final, se rompen y destruyen su propio ingenio, con esto podemos hacer una analogía al sistema orteguista, meticuloso hasta que no dio para más pero que logró la síntesis de la avidez de dominio y del odio a sí mismos[1] para dar lugar a otra estadio de gobernanza, o sea, la formalización de su propia absolutismo a formas legales. Lo importante en este punto de la revuelta, no es tanto lo que es pero eso es, de alguna manera y por vacilante que sea, los revoltosos reconocen a sus explotadores y está, aunque sea temporalmente, preparada para pagarles en una moneda que puedan entender.
Las estallidos son imperfectos e impermanentes, creer lo contrario es de ingenuos y estultos. La furia se fusiona y canaliza, la violencia es explotada y utilizada, los sueños se convierten en eslóganes publicitarios, pero el revolucionario de todos los pueblos debe ser capaz de simpatizar y alentar tal revuelta, aun con los sobresaltos de esos escenarios de monopolización de la rabia por personajes acomodaticios. Pero como mínimo, debemos aumentar la paranoia suicida de los burgueses que es, en un sentido muy real, el mejor amigo del revolucionario. El abandonado de la metrópolis y los suburbios, ve amenazado su mundo por los fantasmas de la inquietud, por verlo desaparecido como el teatro de nuestras distracciones [2]: llantas quemadas, adoquines arrancados, barricadas en cada esquina, sueños destruidos, negocios amenazados por la conspiración, estatus desafiados por las tiranías juveniles sin nombre. Ve en toda la juventud una inocencia salvaje y una amenaza sin sentido a su bienestar; su mente ya desgastada por las frustraciones de vivir en una cuneta emocional, su prestigio tan intangible, con tan estrecha red de dependencias la que nuestras vidas están suspendidas. Viendo a que se sujetan nuestras vidas y por qué somos sujetados a irrelevantes reacciones que no son suficientes para el desafío. Es esta inquietud que los revoltosos tienen en común, el que amenaza las fantasías suburbanas cuidadosamente moldeadas cuya función es un anticonceptivo contra la realidad. Es esto junto con la violencia no reprimida y la crueldad de quienes tienen el poder, lo que debería de haberse dicho es que se lidiaba con algo más que un síntoma de degeneración sistémica, pues los hechos proclaman que los procesos insurreccionarios han dejado una huella permanente en nuestra historia, preparándose siempre para vomitar su disgusto en las calles, siempre siendo válida y concreta, aun tropezando en sus primeros gestos políticos, su inmediatez no se debe negar, sino envidiar.
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[1] Horkheimer, M., & Adorno, T. (1944). Dialéctica de la ilustración.
[2] Coupat, J. (2020). Choses vues / Cosas vistas.